Una de las epifanías más tristes de mi vida ocurren cada vez que voy
madurando y soy capaz de ser mejor para la introspección: que no soy tan
bueno para la vida como creía serlo. En un inicio era una cuestión de
reto personal para perfeccionarme, pero a medida que los hábitos de la
vida y las dificultades aparecen, la situación se vuelve más como un
recordatorio de que he vivido etapas de mi vida de forma ingenua, o peor
aún, engañado.
Claro, no escribo esto con la tristeza
de alguien que cree que nunca va a poder superar esta etapa de su vida,
sino que con la preocupación de lo que require. Pero así es como
funciona. Por ejemplo, una de las peores cosas que puede ocurrirle a
alguien con el mínimo de habilidad musical es la capacidad de reconocer
los desafinos. Es horrible, porque uno comienza a ser consciente de
cuando otros desafinan, e incluso genera esa sensación de muerte que
implica escuchar a otro ser humano fracasar en su intento de cantar o
tocar un instrumento. Pero es terrible también aprender a reconocerlo en
uno mismo cada vez que se intenta emprender la misma tarea y se
encuentra en tal situación.
Ahora, benditos aquellos
talentosos que pueden lograr la perfección y evitar verse a sí mismos
con decepción. Pero claro, eso es para un aspecto de la vida, ¿pero qué
tal con todos? Un buen músico va a tener que apoyarse psicológicamente
de su habilidad maravillosa para hacer algo bien, mientras hace caso
omiso a lo demás de su persona que no cumple con el estándar de
decencia. Eso es lo preocupante. Ahora, la otra opción es relajar la
percepción de la vida y negar la búsqueda de la estética, pero eso es
tan terrible como negar la búsqueda de la verdad, lo cual no creo que
sea opción. Entonces la pregunta es: ¿será posible aceptar los errores
propios y de otros mientras tenemos la vista enfocada en la búsqueda de
la estética?
Quizá el tema sea demasiado cenagoso como
para darle pensamiento, pero creo que un buen paso es saber reconocer lo
difícil y lo agobiante que es la mejora personal, sabiendo reconocer lo
que implica en diversos ámbitos de nuestra vida. Por ejemplo, saber que
mi talento musical no me hace buen músico, y que la inversión que
conllevaría serlo implica un sacrificio monumental de tiempo de mi vida.
Saber valorar que entregarme a la estética es entregar, de hecho, parte
de mi vida a algo en particular me debería ser más clemente hacia
aquellos que no están dispuestos a entregarse a ello, y a recibir
clemencia hacia todas aquellas cosas de las cuales ni siquiera he tomado
conciencia con respecto a lo que requiero para que otras personas me
puedan soportar. Esos desafinos de la vida que nos hacen ser quienes
somos, a la larga.
20.12.17
Suscribirse a:
Enviar comentarios
(
Atom
)
No hay comentarios :
Publicar un comentario